
Mirada perdida en tanto paisaje o en tanta falta de paisaje. No os imaginéis prados, campos verdes, os sentiríais decepcionados. Era una mañana de verano, calurosa como nunca.
Teníamos seis y ocho años. Dos niñas, la pequeña rubia con dos largas trenzas, y la otra, la mayor, morena el cabello atado en una cola,
Corríamos alegres, por medio del camino terroso, con nuestras chancletas que apenas se estaban en los pies.
Sin pensar en si habíamos comido o si comeríamos más tarde o si se nos ensuciaban las ya cochinas ropas.
Nos sentíamos demasiado atraídas por el ruido del agua, había un pequeño río cercano. A escondidas, cuando debíamos ir a comprar la leche, cerca dos kilómetros o más de nuestra casa, nos acercábamos a este pequeño riachuelo. Tirabamos fuera calcetines y zapatos, y poco a poco, pues era demasiada fría el agua, metíamos nuestros pies, casi puedo sentir aún nuestros gritos deliciados. No que fuéramos las únicas , éramos unos seis, entre niños y niñas que coincidíamos diariamente ahí. Podíamos estar horas, y solo el miedo a recibir un tirón de trenzas nos empujaba verso casa.
Que importaban los regaños o una paliza, a veces estas también venían, cuando no lográbamos esconder la ropa húmeda.
Hoy estoy aquí con la mirada perdida; no solo en el paisaje sino también en los recuerdos.
Quisiera tirar atrás el reloj, afrontaría muchos más regaños, pues la sensación de libertad bien valía la pena.
Es cierto que el desarrollo trajo consigo cosas maravillosas, como la "leche envasada". Pero se llevo momentos que son inolvidables e irrepetibles,
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